Descripción del blog

Combinación de escritos e imágenes, palabras y esbozos, o, al fin y al cabo, letras y trazos. Textos variados con sus respectivos dibujos de aquello que evocan. Aquí encontraréis aproximadamente cada semana una dosis de ideas y sensaciones, un intento de transmitir nuestra visión de la realidad, o de hecho, nuestra ficción.

miércoles, 31 de julio de 2013

Las manecillas del reloj nunca dan las doce.

Las manecillas avanzaban a trompicones, la segundera marcaba el paso de la marcha, mientras las otras, marciales, la seguían. Sus ojos las acompañaban himnotizadas, en trance, observando el pasar del tiempo materializado en aquella pequeña esfera atada a su muñeca, compañía de la que aún no se había acostumbrado al ser su primer reloj. El mecanismo le resultaba pesado al final de su pequeño brazo de nueve años.
Siguió el movimiento de las manecillas que brillaban en la oscuridad de su habitación. Sus padres creían que dormía pero ella quería seguir el acontecimiento en que el reloj marcaría el cambio de día, espectante ante tal suceso ahora que era capaz de medir el tiempo. Se preguntó si parando el reloj, pararía también el resto del mundo. Pensó que era absurdo ya que en el mundo existían muchos más relojes que con su tic-tac marcaban el ritmo frenético de la sociedad. Pero ¿y si se paraban todos los relojes del mundo?¿ Y si nadie supiera qué hora era?¿Y si...? El sueño empezaba a apoderarse de su mente infantil que se colapsaba con tantas preguntas y aún así lo venció debido a la emoción de permanecer levantada hasta tan tarde y al hecho de que a la segundera le quedaba tan solo media esfera para el gran momento. Cuenta atrás diez, nueve, cuatro, tres, dos, uno. Los ojos se le abrieron como platos y las pupilas se dilataron esperando absorver más luz de la que recibían para captar el momento. Nada sucedió a su alrededor aunque había descubierto un terrible secreto. Las manecillas, limitadas por su movimiento acompasado, nunca señalaban exactamente a la vez el pequeño doce que era principio y final del ciclo horario. Mejor dicho, las manecillas del reloj nunca daban las doce. 
¿Era ella la única que se había dado cuenta? ¿Que sucedía en esa pequeña fracción de segundo que no existía?¿ No querría eso decir que si nada pasaba, todo era posible en aquel minúsculo lapso de tiempo? Minúsculo y aún así pensó que eterno, ya que se repetiría cada día. Sin duda había descubierto un terrible secreto. Pero tal vez era cosa de su reloj, un fallo, un error. Tal vez estaba roto. Así que al día siguiente, en que adormecida asistió a la escuela, no habló con nadie asustada por lo que sabía, volvió a casa y cuando quedaba poco para las doce se fue sigilosamente a la cocina y esperó mirando al inmenso reloj de pared. Diez, nueve, cuatro, tres, dos, uno. Imposible. Era cierto. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. No existían las doce, no existía el cambio de día. Era un proceso brusco, ahora la manecilla está en hoy y un segundo después es mañana, pero sin punto de inflexión, sin equilibrio ¿Qué sucedía realmente? 
Sin duda, todo aquello que creía que no existía, todos sus miedos y sueños, los recovecos de su imaginación que no congeniaban con la realidad, los personajes de los cuentos, todo aquello que le habían dicho que no era "real" perdió el sentido al descubrir una parte del tiempo que formaba parte de ese mundo irreal, un momento del día que no pertenecía a la realidad. Así pues ¿no podía ser que convivieran en ese momento, en ese instante, todas las irrealidades del mundo, en su pequeña fracción de tiempo irreal que se escaba del reloj?  
Y claro, la llamaron loca, y se burlaron de ella. Pero cada noche, en el momento en que las manecillas se acercaban a medianoche, su corazón se acompasaba con el tic-tac del reloj, y durante esa pequeña fracción de segundo, ella era feliz en su irrealidad. Y eso era mucho más de lo que nadie tenía en su aburrido y real día dominado por unas manecillas incapaces de marcar el verdadero paso del tiempo con su avanzar imperfecto, limitado.

martes, 23 de julio de 2013

Historia de un idiota cualquiera

Esta es la historia de un idiota cualquiera. De hecho podría tratarse del propio lector, o incluso, del abajo firmante. Pero no es el caso. El idiota de nuestra historia era el paciente de un psicólogo amigo de un primo lejano mío, de esos que te encuentras en bodas y en bautizos, y que en una de estás me contó esta divertida anécdota que he decidido pasar a papel para que no se pierda y así todos podamos aprender algo de ella.

lunes, 22 de julio de 2013

LeTrazos a l'estiu

Durant l'estiu, com estem de merescudes vacances, anirem penjant cadascú des de la seva conta el que ens vingui de gust, més que res perque no es quedi mort el blog. Per tant per part meva, ja que el de dibuixar se'm dóna encara pitjor que escriure, faré honor a la part de Letras i deixaré els Trazos per quan torni la Joana.

Matins d'estiu

   El mar iba y venía, dejando regueros de espuma que a él le recordaban a la cerveza. Inmediatamente mojó los labios en la lata, que ya estaba vacía. De hecho llevaba mucho tiempo vacía. El calor era insoportable y la tierra quemaba pero ya se había acostumbrado. Pensó en las novelas de náufragos y cómo enloquecían en esas playas paradisiacas que para muchos son destinos turísticos y para otros cárceles abiertas al mar. 
   Suspiró y lanzó la lata al mar, que volvió a escupirla, como siempre, como cuando él había intentado huir con una barca hecha con trozos de madera. Sin duda estaba loco ya, porque volvió a coger la lata y a darle un sorbo. 
   Seguramente no recordaba el día en que decidió hacerse náufrago. Ni cuando salió de casa, cogió el coche y se dirigió a la costa más cercana. Ni cuando rompió la ropa que llevaba hasta hacerla jirones. Tan sólo recordaba su playa, porque en realidad era todo lo que tenía. Tal vez no había encorado contra un arrecife haciendo pedazos el barco del que era capitán. Simplemente todo él había encallado en un lodazal, su trabajo, su familia, sus amigos, no eran más que los tripulantes de aquel barco que decidió dejar atrás. Porque era mejor tener una isla a la que poder llamar suya, que una vida a la que no poder llamar vida. Y sí tal vez había enloquecido, y sí, a tan solo veinte quilómetros de allí pasaba la autopista, pero él tenía su isla, y por más que intentara huir en sus tablones, se alegraba cada vez que el mar le devolvía, al igual que a la lata.
   Mientras el Sol lo miraba desde arriba, preocupado porque esa noche había fiesta en el cielo, pero a él no le dejaban nunca salir hasta tarde.

Nits d'estiu

-Déjame en paz.
   La farola recortaba sus figuras, en una calle dónde la noche no dejaba ver más que gris, y su luz era la única superviviente.
 -Deja de seguirme por favor. Lo nuestro se acabó, no aguanto más. Han sido muchos años pero los dos sabemos que no podemos seguir.
   Restaron unos segundos inmóviles, esperando a que el otro dijera algo. El silencio se hizo incómodo justo cuándo empezaron a escuchar los ruidos de la noche, y les quedó la extraña sensación de que alguien les observaba. Tal vez la Luna les había prestado atención después de ver que no echaban nada en la tele. Y es que ser Luna tiene ese problema, que a esas horas no dan nada.
 -Sé que ha sido mucho tiempo y no puedo quejarme de ti, he estado bien hasta ahora. Simplemente no quiero seguir. No digo que no nos vayamos a ver nunca más, pero creo que me agobia el hecho de que estemos todo el día juntos y quiero un tiempo para mí.
   Y la sombra confusa no entendía nada de lo que le decía. El hombre al que llevaba media vida pegada le estaba hablando, eso estaba claro, pero no entendía como después de tantos años no sabía que las sombras eran sordas. Tampoco le importaba lo que dijera, ella sólo pensaba en su casa del campo y en lo crecidas que estarían las petunias.
   Él, harto de hablar con su sombra, le dio la espalda y se alejó hacia la oscuridad, lejos de la luz de la farola. Y entonces la sombra se perdió entre las sombras.

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